martes, 12 de enero de 2010

De la mesa al río 1


Estoy estudiando muchas cosas a la vez en estos días. Y me he quedado en las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje. Hay teorías que sospechan que el pensamiento y la realidad están ahí y el lenguaje lo que hace es copiarlas, hacer una imagen de ellas. El lenguaje sería un reflejo de la realidad. En el extremo contrario tenemos los que opinan que nuestra inteligencia está lingüísticamente estructurada y terminan por identificar pensamiento y lenguaje. En cierta forma es el problema del nominalismo en filosofía. Esto viene de la sociología del conocimiento, que plantea que la realidad no existe, sino que nosotros, culturalmente la definimos, la de-finimos, ponemos los límites.

Decía Chomsky que el lenguaje era innato, y lo demostraba con algunos ejemplos (los mismos tipos de errores “rompido” por “roto”, cuando nadie escucha “rompido”) y también porque todos los lenguajes utilizaban la estructura Sujeto-Verbo-Complementos. Alguien realiza una acción sobre algo... etc. Sin embargo hay autores que critican esta concepción. Hay en todos los idiomas Complemento Directo porque es necesario actuar sobre “algo”, no sería una categoría lingüística, sino una categoría de la acción, de la realidad.

Pero volvamos a la de-finición, a la de-limitación que hacemos a través del lenguaje.

Por ejemplo ‘árbol’ parece un sustantivo sencillo. Fácilmente identificable, cuantificable incluso. Pero, ¿qué es un árbol? O dicho de otra forma, ¿dónde están los límites del árbol? En lo que se ve en la superficie, en las raíces, en qué pelillo de las raíces, en qué capilar se diferencia el ser vivo de la materia inerte. El líquido que corre por la sabia, ¿forma parte del árbol? El oxígeno que desprende tras la fotosíntesis, ¿cuándo deja de ser parte del árbol? Somos los observadores los que identificamos, de-limitamos el árbol y entendemos, nos comunicamos su realidad como tal. Quizás sea sólo un constructo hipotético, que nuestra mente gestálticamente intuye como las figuras de una nube, que asociamos a una cara, desechando los cúmulos que no forman parte de esa buena estampa.

Mucho más terrenal es plantarse la limitación a la definición de árbol. Un olivo es un árbol, un acebuche, ¿es un arbusto? ¿Dónde está el límite que los separa? Evidentemente el límite será arbitrario, pero esa misma arbitrariedad, esa falta de necesidad de existencia ontológica del árbol separada del arbusto puede inducir a pensar en que las categorías no son “realidad”, sino que son sólo palabras.

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